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21 de septiembre de 2013

Slow Dancing In a Burning Room

Las tardes de los domingos en el parque. Mate y pasto. Tus manos en mi pelo. Las escapadas de fines de semana en auto. Nuestra música. Los almuerzos rápidos. Nuestras charlas. Vos leyendo Borges. Las mañanas de los sábados de invierno. Abrazados. Nuestra infinidad de CDs. Las fotografías de mis flores. Mis pies fríos contra los tuyos. Queriéndonos. Adivinar canciones en la radio. La manera de jugar con mis anillos mientras estudio. Vos pintando en medias. Me miras y sonreís. Cocinar y cantar. Los miércoles de cine. Las flores que me regalaste en la cocina. El olor a café. 
A.
Title: John Mayer

19 de septiembre de 2013

No One

Me senté en mi escritorio que daba a la ventanita rodeada de flores. Los primeros rastros de primavera se empezaban a notar en las Lilas que me habías regalado. Me mirabas y lo sabía. No me detuve igual, quería escribir. Quería contar nuestra historia. 
Empecé a escribir de la primera vez que nos conocimos  De aquél café tan concurrido de Palermo. Del frío que rodeaba las calles y del olor a café que ambientaba al lugar. Escribí de cuando me acerqué a pedirte la silla que no estabas usando, cuando me pediste que me sentara con vos, y cuando, no sé por qué, acepté.
Pasé a escribir nuestra primera salida. Por la misma zona, en el barcito. Los nervios y la  emoción de ese momento. Lo bien que la pasamos, y lo lindo que fue conocerte mejor.
En eso te miré. Dejé de escribir para contemplarte, serio y concentrado sin dejar de ser ideal. Tirado en el sillón, con la computadora en las piernas y tu pelo castaño medio despeinado. No pude evitar sonreír. Tu estilo tan desarreglado, tan espontáneo, y yo tan... yo. 
Siempre creí que el amor era un pensamiento, una idealización de la gente, un estereotipo de las películas. Era simplemente por el hecho de que nunca lo había sentido así. En cierto sentido les tenía envidia a aquellas personas que de verdad habían encontrado a alguien que los quiera incondicionalmente. 
Sin embargo, ahí mirándote los entendí. 
A.
Title: Alicia Keys

1 de diciembre de 2012

Café Cortado


Lunes 13: Miré el reloj: ¡las diez y media de la noche ya! Y yo creyendo que era hora de almorzar. Pasé mi día franco durmiendo. Tengo hambre. Busqué en la heladera una cerveza y algo para hacerme un tostado. Pero sonó el teléfono.
-¿Hola?-. Contesté.
-Cortés soy Martín Comas, de la comisaría.
-Ah, ¿qué pasó?-. Pregunté con desgano.
-Encontraron a una piba muerta, vení a Avenida de Mayo y Tacuarí.
-Ya voy.
  
Me cambié rápidamente, agarré mi placa y mi pistola y salí con el pan sin tostar en la mano, peor es nada. ¡Qué inoportuno, en mi día franco tenían que matar!
Llegué al lugar y vi que ya estaban todos mis compañeros. Las patrullas rodeaban la zona. Me dirigí al enorme contenedor de residuos de la cuadra, donde estaba el forense y dos de los agentes. El cuerpo de una joven mujer con sus jeans y su camisa cuadrillé yacían revueltos con la basura. La palidez extrema del rostro contrastaba con el brillo de los rizos rubios, entremezclados con los diferentes desechos. Fue identificada como Noel Vázquez, de veinte años. Aparentemente tenía la billetera en el bolsillo del pantalón, no había sido un robo.
La llevaron al laboratorio del forense. Y mientras tanto, me dirigí con Comas, mi mano derecha, a contactar al padre. Luís Vázquez llegó con urgencia a la comisaría con el delantal del Café Tortoni todavía puesto, (detesto tener que ser el portador de noticias espantosas, a pesar de que sea parte de mi trabajo).
Sorprendido y devastado por mis palabras, aquél hombre de unos sesenta y cinco años apenas podía responder las preguntas de rutina. Nos dijo que Noel solía cantar en el Café Tortoni casi todas las noches, y se largó a llorar, desconsolado. Salió de la comisaría escoltado por Comas, que no dudó en acompañarlo al ascensor.
A la media hora llegó el análisis de la víctima. Había muerto dos días atrás, intoxicada con raticida. Me serví una taza de café y fui a la pizarra a organizar los hechos. Sabíamos únicamente que tenía veinte años y que cantaba en el mismo lugar donde trabajaba su papá, de su mamá no había rastros.
Eran ya las dos y media de la mañana cuando decidí volver a mi departamento a dormir.

Martes 14: Sonó el despertador y me levanté de un sobresalto. El pensar que una joven había sido envenenada y arrojada a la basura y que yo sólo sabía que padre e hija trabajaban en el Café Tortoni me parecía poco. Era indispensable juntar indicios. Me afeité como pude, inclusive llegué a cortarme un poco la barbilla y salí directo al Café. Comas me esperaba allí.
Comenzamos interrogando a un par de mozos. Primero fue Claudia, una treintañera bastante simpática, a pesar de la situación. No aportó mucho: por su turno de trabajo, pocas veces coincidían con Noel. Comentó, aunque en vano, que compartieron algún almuerzo en el local.
Luego llegó Don Roberto que, como encargado de la caja, sí estaba casi todas las noches. Nos contó que no sólo la vio crecer, sino que también era como un tío para ella. Por él nos enteramos que dos noches atrás Noel se notaba afligida y reservada. Esa misma noche le tocaba cantar acompañada de Germán, el pianista.
Cerca de las diez de la mañana, cuando el café empieza a poblarse de turistas y el público habitual, y las calles de Buenos Aires empiezan a parecerse a un hormiguero gigante, llegó Adriana. Una joven de veintiún años, castaña de ojos claros y la cara congestionada por el llanto que seguramente padeció. Era la mejor amiga de Noel, se conocían desde los diecisiete cuando Adriana se puso a trabajar. Estuvo toda la noche acompañando al desconsolado Luís. La pérdida de su hija le significaba el fin de su familia, su mujer los había abandonado cuando Noel tenía apenas tres años, por ello es que siempre fueron inseparables padre e hija. La llevaba consigo a trabajar, donde la pequeña se entretenía recorriendo el lugar y pidiendo chocolate con churros al cocinero. Tocaba el antiguo piano, se escondía en los rincones del Salón Alfonsina, jugaba en el Salón Billares, siempre tenía algo para hacer.
Adriana comentó que Noel hacía ya una semana estaba preocupada pero no le contó por qué. Le dijo que tenía “asuntos pendientes” y que en cuanto los resolviera le contaría toda la verdad. Subrayé “toda la verdad”, ¿a qué se habrá referido Noel con eso? El caso empezó a cobrar sentido.
Después interrogamos a los hermanos Mariano y Tomás quienes trabajaban en la cocina. Mariano era el chef y Tomás el pastelero. Ambos conocían a Noel; Tomás inclusive había tenido una relación con ella, que no llegó a mayores. Mariano más comunicativo, aportó que hacía cinco días creyó ver a Noel entre las sombras de la vereda, recibir y guardar algo de manos de un hombre canoso, aparentemente mayor, pero a quien sólo pudo ver de espaldas.
-Se alejaba rápidamente, por lo que supuse que estaría nerviosa y apurada.- dijo Mariano.
-Está bien. ¿Sabés si alguien más los vio?
-Mira, era miércoles a la noche se queda hasta tarde Patricio, preguntale a él. Quizá los vio porque suele salir a fumar...
Esa noche el Café permanecería cerrado por duelo. Con suficientes datos recogidos, nos dirigimos con Martín a la comisaría, nuevamente a completar la pizarra de hechos.

Sabíamos que:
-El lunes 6 Adriana la notó preocupada. ¿POR QUÉ?
-El miércoles 8 Mariano la vio recibir algo de alguien. ¿QUÉ? ¿DE QUIÉN?
-El sábado 11 la envenenaron con raticida y la arrojaron al contenedor. ¿DÓNDE FUE EL CRÍMEN?
Después de un día agotador, de tantas interrogaciones y preguntas sin respuesta me volví a mi casa. Una ducha me despejaría la cabeza y una cerveza me ayudaría a dormir. Prendí la televisión y lo primero que apareció en pantalla fue “el crimen de la chica del contenedor de basura”. Qué injusto me pareció. Todavía no puedo creer la insensibilidad de la gente al redactar las noticias. ¡¿La chica del contenedor de basura?! ¿Qué acaso somos todos objetos ahora? Ese cuerpo inerte hace pocos días había estado latente, cálido, y lleno de vida que embellecía las noches con sus recitales en el Café.
A pesar de que es mi trabajo como detective, ayudar a la justicia por los delitos, y tratar de descifrar el enigma de hechos que no son claros, me angustia y me genera más impotencia de la deseada.
Me preparé un omelette de jamón y queso mientras veía Animal Planet. Terminé la cerveza, lavé los platos acumulados del fin de semana y decidí que era más práctico ponerme a leer Un lugar llamado aquí. Empecé a quedarme dormido, puse el señalador y decidí prepararme para la jornada siguiente. Largos días me esperaban.

Miércoles 14: Pablo estuvo con insomnio toda la noche. Recién consiguió dormirse una hora antes de que sonara el despertador. Las posibilidades de llegar a descifrar el misterio de la muerte de Noel eran, por momentos escasas, y no contaba con elementos necesarios para enlazar los hechos. Saber que el asesino andaba suelto le generaba malestar. Las imágenes de su hermana, treinta y dos años atrás, se mezclaban con las presentes. Laura tenía dieciocho y Pablo, diez años más chiquito, fue testigo de la escena escalofriante de comprobar que su hermana estaba muerta y bañada en sangre. El dolor propio y el que vio reflejado en sus padres desesperados ante semejante atrocidad, le hizo decidir a pesar de su corta edad que “cuando sea grande voy a ser policía para que no pasen más cosas malas”. 
Pablo Cortés, si bien no fue policía, se especializó en la investigación de delitos graves con tanta pasión que fue postergando sus proyectos personales.
Levantó el teléfono y llamó a Comas:
-Martín, decime que tenés algo del caso. ¡Me está volviendo loco!-. Le dijo impaciente.
-Te estaba por llamar, encontré raticida en la Bodega del Café, junto con otras cosas de limpieza-. Contestó Comas.
-¡Ya voy para allá! ¿Estás en el Café vos?
-Sí, venite rápido.
-Ok.
Se puso lo primero que encontró, agarró la placa y la pistola y salió corriendo. Cuando llegó al Tortoni, estaban algunos empleados terminando de ordenar el Salón Principal y había algún otro en el de los Billares. Encontró a Martín en la Bodega y el especialista de la policía científica que estaba tomando las huellas del envase.
Aprovechó que era miércoles, día en el que se encontraba Patricio. Estaba en la cocina. Cuando lo encontró le explicó la situación y prosiguió preguntándole del miércoles de la semana anterior:
-Me dijo Mariano que vos el miércoles pasado estabas fumando cuando Noel estaba afuera.
-Sí, la vi. Estaba con Don Roberto.
-¿Don Roberto? ¿Estás seguro?
-Sí, estaban al otro lado de la calle. No sé qué le dio, tampoco me importó. Yo no era muy amigo de Noel.
-Bueno, gracias.
Salió de la cocina rápidamente, y se encontró con Don Roberto yéndose del Café, apurado. Sin dudarlo, lo siguió hasta alcanzarlo. El anciano no podía ir muy rápido. Lo tomó por la espalda.
-¿Ey qué hace?-. Contestó sorprendido Don Roberto.
-Don Roberto va a ser necesario que venga conmigo a la comisaria.
-¿Por qué? ¿Se volvió loco usted?
-Le digo que me acompañe. No arme escándalo y no me obligue a usar la fuerza-. Dijo y, con disimulo, se corrió el saco y mostró la culata de una cuarenta y cinco.
-Me parece que usted se volvió loco. Usted me confunde.
-Deje de hablar y acompáñeme por las buenas.
Lo llevó a la comisaria, dejándolo sólo en el interrogatorio. Sólo había una mesa y una silla.
-¡Usted está equivocado! Quiero hablar con algún abogado. Esto es un atropello.
-Qué atropello ni atropello, primero tiene que responder unas preguntas-. Cortés le contestó rápidamente.
-Pregunte nomás, aunque esté equivocado.
-El miércoles pasado, Noel se encontró con usted en la vereda.
-Sí, ¿y qué? ¿Es un delito eso?
-Acá el que pregunta soy yo y no se haga el vivo. ¿Qué hablaron?
-Nada en especial no me acuerdo, yo la conozco de toda la vida.
-¿Usted le entregó algo?
El anciano duda y luego responde:
-Sí, le di algo.
-Vamos hágamela fácil, deje de jugar a las escondidas y dígame que le dio o se va a pasar toda la noche acá.
-Le di un dinero, ¿tiene algo de malo acaso?- titubeó. Don Roberto transpiraba y tenía un ligero temblor en las manos y en la voz.
El policía se dio cuenta y lo siguió acosando.
- ¿Y para qué le dio la plata entonces?
-Yo sólo le di el dinero para que ella pueda comenzar a estudiar canto.
-Lo escucho…
 -Noel no quería pedirle plata al padre porque sabía que para él era imposible, bastante hace el hombre para mantenerlos y pagar el alquiler. Toda la vida se dedicó a ella. Yo a Noel la quería un montón-. Se quiebra en llantos.
-¿Y usted tenia plata suficiente?
-No, en realidad la tomé prestada de la caja del Café, pero pensando devolverla-. Aclaró.
-Bueno dígame, ¿qué hizo el sábado a la noche después de que Noel cantara?
-Me fui a mi casa porque no tenía nada que hacer en la caja.
-¿Alguien puede confirmar lo que está diciendo?
-Sí, mi mujer.
-Bueno, Don Roberto por el momento vuelva a su casa pero esté atento por si necesitamos alguna ayuda.

--
Sonó mi teléfono. Era el de la policía científica.
-Detective Cortés, ya tenemos los resultados de las huellas, le pedimos por favor que mañana a primera hora se de una vuelta por acá, hay muchas manos. Seguiremos inspeccionándolo.
A las veinte horas decidí ir al Tortoni a escuchar música y tantear el ambiente nocturno.
Me vestí de acorde a la ocasión y salí de casa. Al llegar, las luces prendidas, la fachada elegante y la carga de nostalgia e historia del viejo café me conmovieron. Por un momento me olvidé del motivo por el que estaba ahí y al entrar me pareció transportarme a un Buenos Aires de más de cien años atrás.
Sus majestuosas columnas, las mesitas de mármol blanco, la boiserie, los espejos, las lámparas, las fotos de nuestros poetas urbanos, y el clima de época, en fin…todo. Todo un mundo encerrado en un café. Hasta me vino a la cabeza el tango de Eladia Blázquez “Viejo Tortoni” que se lo oí silbar a mi abuelo varias veces cuando trabajaba en la carpintería.
Pero ese no era el motivo de mi presencia, a pesar de que no estaba vestido de detective. Baje a la Bodega, y me ubiqué en una de las mesas de la izquierda. Una pizarra anunciaba “Esta Noche Jazz,Germán Kleinschuster; piano solo”.
Paulatinamente se fue llenando la pequeña e improvisada platea. Sobre el escenario donde estaba ubicado el piano, apareció un joven de unos veinticinco o veintiocho años, castaño, alto, delgado, con una mirada penetrante y una sonrisa teatral. Se presentó e hizo alusión a “la desaparición de mi compañera artística, Noel Vázquez, quien no dudo estará acompañada por los grandes talentos que hicieron del Tortoni un lugar especial en Buenos Aires”.

Aunque no soy músico, tocaba técnicamente bien, su interpretación me pareció vacía, no decía nada. A pesar de lo cual se ganó el aplauso del público . Después de la función, me dirigí a felicitarlo. No como detective, sino como un simple hombre que va a un simple café a escuchar música. Le di mis condolencias por Noel, a quien había mencionado antes y le pregunté más sobre el dúo que formaban. A lo que respondió que “era una excelente cantante y nos llevábamos muy bien”. Me contó que su familia estaba en muy buena posición económica, pero que nunca lo apoyaron en su pasión por la música a tal punto que decidió alejarse de ellos.
Yo le aclaré que era el detective que estaba a cargo del caso de Noel, a lo que me dijo que él no sabía bien qué pasó, pero que no perdiera de vista a  Patricio. Conversamos unos minutos más y luego volví a mi casa.

Jueves 15: Me levanté esperanzado porque obtendríamos las huellas del raticida. Sin perder tiempo salí al departamento de la policía científica, y tomé un café en el camino. Cuando llegué, me entregaron los resultados y los abrí impaciente. Habían registrado huellas de casi todo el personal de limpieza, también de Claudia, Germán, Adriana y Patricio. Este último me llamó la atención. ¿Y si Germán tenía razón y había sido Patricio? Pero no veía ningún móvil en Patricio para matar. ¡Quizá cuando terminaron la función del sábado, esperó a que no quedara nadie y la envenenó mientras tomaban unas copas de vino! ¡O cuando Noel salía del Café la sorprendió a la salida y se la llevó a la Bodega donde la mató! Tantas posibilidades… Quizá la envenenó antes de la función y a la salida la tiro al container, pero ¿por qué?  
Tenía que buscar cuanto antes a ese hombre. Salí disparado al Café, y cuando lo encontré, mis insultos lo dejaron atónito. De todo lo que le dije, lo único que comprendió fue que lo llevaría al interrogatorio por el crimen de Noel Vázquez. Me extrañó que asintiera tan fácil.
Fui al grano:
-¿Por qué hay huellas tuyas en el raticida?
-Porque solemos poner el veneno para ratas porque es una lucha permanente en el Café-. Contestó sin vacilar.
Verdad, pensé.
-Me llegó de otra fuente que te llevabas mal con Noel.
-Ah, eso no es novedad. En realidad no me llevaba ni bien ni mal.
Verdad de nuevo, me lo dijo la primera vez que lo interrogué.
-Estas demasiado tranquilo, no me estas entendiendo. Estás acá porque estas siendo acusado del asesinato de una persona.
-No tengo por qué estar nervioso, sé perfectamente lo que hice y lo que no hice.
Es inteligente, seguro planeó todo.
-El padre de Noel tiene un cargo más importante que el tuyo, ¿no es cierto?
-Sí.
-Entonces tenes envidia de que esté en un cargo mucho más importante que el tuyo.
 -No al contrario, es un hombre que tiene más experiencia que yo. Y está bien como está. Y no porque no me lleve bien con la hija tendría que tener un problema con Luis. Siempre lo vi como un superior, además es un buen tipo. Muy buen tipo. Pregúntele a Adriana si no me cree.
Este interrogatorio no tenía sentido. Ya me estaba perdiendo entre mis propias conclusiones. Decidí terminarla y llamar a Adriana para que se acerque a la comisaría. Había cabos sueltos.
Llegó después de media hora, nerviosa.
-Adriana, ¿hay alguna posibilidad de que Patricio haya matado a Noel por celos del puesto que ocupa Luis en el Tortoni?
-¡De ninguna manera!-. Gritó perpleja.- ¿Ustedes los policías están todos locos? ¿A quién se le cruza eso por la cabeza? ¡Mente retorcida tienen!
-Tranquilizate, me llegó de parte del pianista que Patricio podría ser sospechoso.
-¡Y le creyó a él! Si Germán es quién discutía después de todas las funciones con Noel, no puedo creerlo. Ahora todos somos sospechosos de haber matado a una amiga, a un familiar-. Dijo sollozando.
-¿Cómo que Germán se llevaba mal con Noel? Me dijo que se llevaban muy bien.
-Bueno, miente. Bien en el escenario, nada más .Aparte, hace varias semanas, Noel me había comentado que había encontrado a Germán vendiendo drogas en el Café en el intervalo de las funciones. Pero me dijo que no diga nada, que ya iba a hacer algo al respecto.


--
Pablo Cortés llamó a Martín Comas explicándole la situación. Martín se encontraba en el Tortoni interrogando a empleados cuyas huellas digitales se encontraban en el raticida. Quedaron que se reunirían a las cinco de la tarde en la comisaría para completar la pizarra con los hechos.
-El asesino no utilizó ningún arma ni cuchillo, por lo que sería alguien que no tenía las agallas para hacerlo de forma violenta.
-Sabían que el hombre que le dio el sobre con dinero era Don Roberto, pero fue para pagarle los estudios.
-Posiblemente la habían envenenado en la Bodega. Y desde ese momento hasta que se produjo la muerte, Noel tuvo tiempo de moverse hasta la calle.
-Debía tener una razón, sabía que la mataría. Estaba previsto. ¿MOTIVO?

Cortés terminó de escribir en la pizarra cuando se dio cuenta que tenía que regresar esa noche al Tortoni. Comas iría con él.
Nuevamente se vistió acorde a la situación y Comas lo pasó a buscar. Se sentaron en la misma mesa. Escuchó con atención al pianista, y observó cada uno de sus gestos.
En la pizarra aparecía “Germán Kleinschuster, gran pianista y compositor”. Era su segunda función solo. Parecía que el miedo con el que tocó el día anterior había desaparecido. Se lo notaba diferente, relajado. La música esta vez era más dinámica. Tenía cierta pasión y cobardía, timidez y extroversión en una misma pieza. Como si contara diferentes historias.
-Qué lástima que después de esta función lo llevamos al interrogatorio-. Bromeó Comas.
Finalizado el espectáculo, Cortés volvió a saludar al pianista, pero esta vez con su placa en la mano.
-Será mejor que vengas a darnos un par de explicaciones-. Dijo el detective ante la sorpresa del joven. 
Comas lo esposó y se lo llevaron a la comisaría. Germán parecía tranquilo.
-¿Es verdad que solías vender drogas en el Tortoni en el Café?
-No sé a qué se refiere.
-Creo que sabes perfectamente lo que estoy diciendo.
-No hay nada que lo pruebe.
-¿Me lo estas confesando?
-Le estoy diciendo que no hay nada que lo pruebe.
-Encontramos a un cliente, el señor Álvarez, confesó que vos le vendiste hace un par de meses.
-¿Y eso qué tiene que ver con el caso?
-Supongamos que, Noel te vio vendiendo droga.
-¿Y?-. Le contestó el chico.
-Y que, hipotéticamente hablando, amenazó con contarle al dueño para que te echen, ¿No?
Germán permanece callado.
-Entonces vos te cansas y un día decidís que después de una función la invitarías un trago en el mismo Café para festejar. Le colocarías suficiente veneno como para que se sienta mal, pero todavía con vida. Simulando amabilidad la acompañarías a la vereda donde a los pocos metros caería fulminada. El contenedor de la esquina fue un lugar apropiado para deshacerte de ella.
-¿Por qué haría eso?
-Primero por envidia. Ella tenía todo lo que vos querías: una familia que la apoyaba en la música, talento y encanto. Además, cuando hacían un dúo toda la atención era para, siendo tan carismática y habilidosa con la voz. Vos eras el fantasma, nadie te tenía en cuenta. Todos tenían ojos para la hermosa cantante.
La expresión de Germán se oscurece. Sus mandíbulas tensas apenas dejan escupir lo que dice.  
-No entendes lo que es. Me separé de mi familia porque nadie tenía en cuenta que mi sueño era ser un músico. Nadie apreciaba mi pasión por la música, por el piano. Encuentro un lugar, pensando que me harían espacio en aquella familia. Pero todos centrados en Noel, la hija del mozo, que conquistaba a todos con sus rasgos tan simples y simpáticos. Haber tocado tantos años y que nadie te tenga en consideración. Empecé a necesitar dinero para el alquiler de mi departamento, no le iba a pedir a mis padres porque me reprocharían que hubiera desperdiciado varios años de mi vida por la música. Así que empecé a vender drogas para pagarme el alquiler.- se notaba desesperado-. Pero claro, la señorita perfecta también tenía que arruinar mi plan, y me encontró vendiendo merca entre los clientes.
-Así que yo tenía razón-. Comentó Cortés con aire triunfal.
-No completamente. Noel no era un ángel inocente. Aunque para todo el mundo ella era un encanto, aprovechó mi situación y me amenazó con contarle al dueño del café sobre la droga, si no le daba todos los meses una cantidad de dinero superior a lo que yo ganaba. Me estaba dejando sin nada. Ahí comenzaron nuestras discusiones muchas veces frente a los empleados del Tortoni, a pesar que no sabían de qué se trataba. No soportaba más semejante presión, y esto empeoró cuando me di cuenta que, Don Roberto, engañado, se arriesgaba a sacar dinero de la caja a cuentas para que Noel pagara sus estudios.
Intente sobre cargar el precio de la droga e inclusive adulterarla un poco así me quedaba con unas diferencias mayores. Pero Noel me descubrió y me dijo que “el silencio tenía su precio”; si no quería que mi proveedor se enterara que además estaba ganando más de lo que le rendía. Estaba harto, y decidí silenciar a Noel de una vez por todas.


Tomadas las declaraciones, confesiones y demás cuestiones, lo que inicialmente parecía un crimen pasional terminó resultando uno de tantos casos estúpidos que acabó con la vida de dos jóvenes. Una muerte, inútil e innecesaria; y una carrera truncada por las malas decisiones. Nada tenía sentido, la víctima también fue victimario. Probablemente, Germán quiso hacer un último solo, donde él fuera su único protagonista y el autor trágico de un final amargo, de un café cortado.


-Agustina Del Moro

1 de junio de 2012

You are Young

 En ese momento ella estaba de novia, y él, bueno... no. Ella estaba feliz, o al menos eso creía. Su relación no iba ni para adelante ni para atrás, estaba atascada en aquél amor infantil que tantos recuerdos le traían, pero que ya no significaba nada. Tantas anécdotas compartidas que con el tiempo se iban desvaneciendo. Temía decirle cómo se sentía, temía cómo se lo tomara y lo que le dijera. Pero más que nada temía estar sola. Pero ella no sentía nada cuando estaban juntos, sólo un vacío que lo disimulaba con una sonrisa falsa. Él, por el otro lado, estaba soltero, tranquilo. Su última relación había terminado hacía ya un año.
Se conocieron un sábado de febrero. Uno de los muchos sábados soleados del verano, en un picnic. A ella la había invitado una amiga que había conocido en enero en las vacaciones, y cuando le dijo del plan al principio no pensaba ir. Tan sólo pensar en un picnic con gente que no conocía, tomando mate (que no le gustaba), y jugando juegos que no conocía le causaba cierta desconfianza. Sin embargo, no tenía nada más para hacer ese sábado por la tarde, así que decidió ir. Se puso las zapatillas, agarró un buzo de algodón y un paquete de galletitas y se fue a la casa de su amiga. 
Cuando llegó fue directo al patio, donde estaban todos sentados en ronda. Vio que sólo había un par de chicas (las cuales no conocía ni eran amigas de su amiga) y los demás eran todos chicos. Ya se estaba preguntando dónde había ido. 

Dejó las galletitas en el medio de la ronda y saludó a su amiga y a dos más que estaban hablando con ella y se sentó al lado. Al principio no fue tan grave, estaba con su amiga poniéndose al día, hasta que ésta se fue para adentro. Estaba un poco incómoda, ella tímida sola, rodeada de un grupo numeroso de chicos que suponía que se conocían, jugando a las cartas, tocando la guitarra, comiendo, conversando. No podía estar toda la tarde dependiendo de su amiga que, al ser la dueña de la casa, tenía miles de cosas que atender, así que se puso a hablar con uno de los chicos que había saludado apenas llegó, estaba tocando en la guitarra un tema que le encantaba. Era tranquilo y simpático, le contó que tocaba la guitarra hace tres años y hablaron de bandas que compartían. Después le mostró una de sus favoritas que reconoció rápidamente.
Le contó la historia de cómo había conocido a su amiga, y lo loco que era que sólo se conocieran hace un mes y ya eran casi íntimas. Después de un rato de hablar y de un par de silencios incómodos, él le enseñó a jugar a un juego de cartas y la integró con el otro chico que había saludado cuando había llegado. Y así pasó el resto de la tarde, hablando con dos chicos mientras su amiga estaba adentro con su novio. 
A medida que iba oscureciendo la gente se iba yendo y, como era de esperarse, terminó siendo la última en irse. A fin y al cabo no la había pasado tan mal como se imaginaba e inclusive habló con un chico, con el chico. Saludó a su amiga y quedaron en arreglar para merendar algún día, para que no se corte la relación. Una vez arriba del auto, bajó la ventanilla y gritó “lo amo!”,refiriéndose al chico de la guitarra.
Pasó un mes y ella decidió poner una fecha para ver a su amiga. Era un miércoles a la tarde cuando se encontraron en un café y se pusieron al día. En uno de los muchos temas que tocaron, le mencionó al chico de la guitarra y le confesó que lo quería ver. Estaban a pocas cuadras de la casa de él, así que su amiga lo llamó y le preguntó si quería reunirse con ellas. Finalmente fue, y estuvieron hablando un montón, ya se conocían bastante y se simpatizaban mutuamente. El tiempo pasó rapidísimo y cuando se fijó en la hora se dió cuenta que se tenía que ir. Los saludó y le prometió a su amiga que se iban a volver a juntar así, y cuando se estaba yendo él le dice “vos tenías novio, no?”, era la pregunta para ella. Sabía que le encantaba ese chico, pero se quiso matar porque estaba de novia ya por costumbre, era una rutina. Asintió con la cabeza y finalmente se fue. Irónico fue que después de merendar con ellos, se fue a lo del novio. Llegó, y como siempre, se quedaron en la cocina, haciendo nada.
También era ilógico cómo lo tenía de amor platónico al chico de la guitarra sabiendo que casi ni lo conocía. 
Un par de veces más se juntó con su amiga y quedaron con los chicos del picnic. Esas reuniones después de clases hicieron que se conocieran más, y que ella volviera a sentir lo que era esa sensación de nervios-felicidad que hace tanto no sentía. Intentó imaginar cómo seguiría con su novio. Y no pudo, no podía ver más allá de lo que habían vivido. Algo le decía que era hora de terminar. Comprendió que ese amor antiguo ya no era un amor real, sino un amor por costumbre. Comprendió que lo que sentía años atrás no eran más que recuerdos del pasado, y que no podía seguir con esa monotonía que se estaba convirtiendo irritante. Así decidió de una vez por todas terminarla. No reaccionó mal, ya que no era muy inesperada la ruptura. Cortaron y nunca más supieron del otro. 
Él se enteró de la ruptura de ella, y decidió que no tenía que perder más tiempo. Era predecible la atracción de uno con el otro. 
La manera que se miraban, esa forma de olvidarse de todo lo que los rodeaba y verse únicamente a ellos. 
El tiempo se frenaba, sus corazones se aceleraban. 
Se entendían sin hablar. 
El ruido que los rodeaba se convertía en un silencio que los dejaba aislados de los demás.
A la siguiente semana la invitó a salir.


Title: Keane

22 de febrero de 2012

Somewhere Else


Mario y Beatriz tenían una rutina bastante monótona. Desde la mañana hasta la noche. Él se levantaba temprano, desayunaba y se iba caminando hasta la esquina, donde compraba el diario, lo leía y a las diez preparaba una tostada y un café y los llevaba a la cama, donde despertaba a su mujer. Se iba a duchar y salía al trabajo, mientras ella se quedaba en la cama desayunando y leyendo el diario. Alrededor del mediodía, Beatriz comía un poco de las sobras de la noche anterior y se tiraba a ver la novela mexicana, después se dormía una siesta y Mario, a eso de las cinco (que a esa hora ya había regresado del trabajo), la levantaba para tomar el té en el balcón mirando el mar (los días que no hacía mucho frío y que estaba lindo). Después él se tiraba a ver la televisión, estar en la computadora y jugar al solitario mientras Beatriz iba a lo de sus amigos que vivían a un par de cuadras. 
A las ocho, ella ya estaba preparando la cena, normalmente eran ellos dos salvo cuando los visitaban Ana (la hermana de Mario) y su esposo que eran vecinos hace unos cuatro años ya, o alguno de sus nietos que iba a veranear ahí. Después de cenar Beatriz lavaba los platos y Mario miraba su programa de futbol de todos los días y después se iba a dormir, temprano; mientras Beatriz después de lavar los platos se sentaba en el balcón a ver el mar y hacer las cruzadas tomándose una copita de vino blanco. No había mucho que decir de ellos dos más que eran una pareja de más de treinta años juntos. Los rodeaba la monotonía, sus rutinas diarias parecían no afectarles en absoluto. Quién sabe cómo harán para mantener su relación tan estable, si hacen todos los días lo mismo. ¿Querrán cambiar en algún momento? ¿Cómo es que todos buscamos la felicidad en lo complicado mientras que ellos disfrutan con lo simple, sencillo y monótono?
Title: Travis

Bluebird


La gente crece, cambia. Conoce nuevas amigas, amigos, salen con alguien, se ponen de novios… ella no. Por más que vuelva locos a bastantes chicos, ninguno la sorprendió lo suficiente. Y es ahora, cuando sus amigas están todas saliendo con alguien, cuando entiende la realidad que vive. La abruma el deseo de salir, conocer otras personas, desprenderse de la burbuja. Pero por más que lo intente, siempre vuelve. Se siente, dentro de todo, atrapada. Pero no se esfuerza para salir, y vuelve siempre al mismo lugar. Los chicos que le intrigan o interesan, jamás se fijarían en ella. Es tímida, y no se animaría a hablarles de la nada. Además, su autoestima influye siempre, y termina sin arriesgarse. Se pierde en lo que los demás podrían pensar de ella, por eso es tan insegura, y ahora que sus amigas están todas ocupadas con alguien, la inseguridad crece. Todo lo que logró hacer durante años, ahora lo está perdiendo. Sus amigas están en otra, en el edificio no vive nadie de su edad con quien hablar, y sale menos de lo que hacía. Le desespera saber que en una semana termina el colegio y todavía no tuvo ningún novio. En realidad tener novio o no, no le cambia, pero no conoce lo que es el amor. Nunca nadie le dijo te amo, ni la invitó a cenar. Casi todos los chicos con los que estuvo, desaparecen a la tercera vez que hablan.  Ama las películas de amor, las típicas románticas que terminan todos felices. Pero por el otro lado, se siente mal saber que no va a terminar como las protagonistas de las películas. Ella es su propia protagonista y en esta película todavía no apareció nadie. Puede pasar horas escuchando música, tomando algo en alguna cafetería y dibujando. Pero sabe que no le va a caer nadie del cielo de esa manera. Un día, como cualquier otro, se propuso cambiar. Dejó sus inseguridades y salió a la calle, como una persona nueva.
Title: Sara Bareilles

17 de abril de 2011

Café II

Puse el señalador en la página, tomé el último sorbo del café frío y me dispuse a escuchar una buena razón que explicara las vueltas que diste. “¿te molesta si me siento?” me dijiste, y pensé sí, la verdad sí… no me dejas seguir leyendo, pero en cambio te dije que no, que no había ningún problema. (total no le estaba prestando demasiada atención al libro). Hablamos de mí, de lo que me gustaba, y lo que te gustaba a vos, de música, libros y deportes. Me invitaste un café mientras seguíamos hablando de los diferentes gustos y la personalidad de cada uno. Me contaste también, que jugabas al futbol y yo te conté que me encantaba leer y dibujar. Y ahí estaban de nuevo esas personalidades diferentes: por un lado el típico carilindo, castaño con ojos celestes, que no le da vergüenza nada, el que cree tener todo al alcance de su mano; y por el otro lado la chica rubia con el pelo corto y los ojos marrones, callada pero segura de sí misma y decidida, aquella persona que tiene que luchar por lo que quiere y que no se rinde tan fácil, que no se deja manejar.
Te veía como alguien completamente caradura, pero me simpatizabas. Después de hablar una hora, me dí cuenta que ya estaba oscureciendo y que tenía que empezar a volver a casa porque se me iba a hacer tarde, me pediste mi número de teléfono para arreglar para otro día y me acompañaste hasta el subte. Una vez arriba, me puse a pensar en todo lo que habíamos hablado. ¡Y pensar que te había visto como un idiota cuando me acerqué a  preguntarte por qué me mirabas! Aproveché los 20 minutos que me faltaban hasta llegar y pensé que loco era todo. Ir a tomar un café y leer, y terminar charlando con un desconocido que termina siendo simpático y hasta me pide mi número.
Llegué a mi casa, me saqué las botas mojadas y las dejé al lado de la puerta, colgué el piloto en el perchero y me fui a bañar. Cuando salí, tenía un mensaje. 

13 de abril de 2011

Dibujos

Se dirigió a la misma mesa del mismo lugar. Pidió lo mismo de siempre y saco su block de hojas blancas y una lapicera y se puso a garabatear. Mientras su lapicera recorría el papel haciendo mamarrachos y cosas sin forma, pensaba. Pensaba en lo que le había pasado últimamente, lo abatida que se sentía. Pensaba también en la gente que la rodeaba, sus amigos, compañeros. Ella, simplemente ella. ¿Marcaba alguna diferencia? ¿O era únicamente una más de la multitud? Si faltaba, ¿la extrañarían o no? ¿Alguien la necesita? Lo único que podía pensar era en ellos, en la gente. Como te puede lastimar sentirte que no perteneces a ningún lugar.  Se sentía dolida, sola. Los demás le pasan por arriba y ella, no es capaz de defenderse, de defender lo que quiere, de mostrar cómo se siente, de dar su opinión, de hacerse ver, de aparecer. ¿A alguien de verdad le importa lo que ella quiera, o lo único que les importa es el beneficio que obtienen? ¿Si deja de hacer algo bien, se preocuparían del por qué o le cambiarían el lugar? ¿Será fácil reemplazarla? Dejó de dibujar y observó el papel. Aquél papel blanco, ya no era blanco. Sus dibujitos habían tapado toda la hoja, y al mirar lo que había garabateado encontró al papel cubierto de corazones, florcitas, nubecitas, estrellitas y más que nada gotitas, todas de diferentes tamaños y formas.  Sonrió hacia sí misma y comprendió lo triste que estaba. Se sentía una hormiguita diminuta alrededor de los demás, que le pasan por arriba sin importar lo que sienta, o lo que piense al respecto.  Una hormiga más del hormiguero. Las lágrimas comenzaron a caer sobre sus mejillas y al rato el papel dibujado, era nada más y nada menos que un papel mojado, arruinado. Es increíble lo rápido que se le arruinaron los dibujos. Se secó las lágrimas y guardó la lapicera y el cuaderno en su bolso, se levantó, se puso su tapado, sacó su paraguas y se fue caminando. Sabía que tenía que seguir adelante, que por más que no le pasen cosas buenas en esos momentos no se tenía que dar por vencida, en algún momento la situación se invertirá y será ella quien podrá salir adelante. Porque eso es ella, una hormiga que pase lo que pase va a lograr salir adelante, esté sola o no. 

29 de noviembre de 2010

Rollers

Me levanté, miré por la ventana y desde ese momento supe lo que quería hacer. Me lavé los dientes, me vestí y me puse los rollers. Agarré un alfajor y me puse el iPod para el camino. Pasé a buscar a una amiga para patinar y hablar un rato de nuestras vidas, pero no estaba. Patiné un rato escuchando música y cuando encontré un banquito me senté a comer mi alfajor. En eso, escuchando Unfaithful, me acordé de algo. Una historia. Acababan de llegar mis nuevos vecinos de la casa de la izquierda y con mi mamá decidimos ir a saludarlos. Los Martínez, tendrán alrededor de 35 años cada uno y se notaban felices. La mujer, muy delgada y castaña de ojos celestes, se encontraba abrazada de su esposo, un hombre morocho con ojos marrones y de algunos años más. Nos presentamos y luego de diez minutos, regresamos a casa. Me preparé un té y lo lleve a mi cuarto, donde pensaba estudiar un rato. El problema de mi cuarto, es que tengo el escritorio al lado de la ventana, y cualquier persona que pase o algo me distrae. Después de una hora de estudio, me quedé en la computadora viendo una serie. En eso, veo que una luz de la casa estaba prendida, y me sorprendió ya que eran las once y media de la noche. El hombre, un poco apurado y bruto, salió silenciosamente con su campera abrigada y un bolso en su mano, dirigiéndose al auto. Sin darle importancia, seguí en lo que estaba haciendo y dos horas más tarde apagué la computadora. Me puse el pijama y me metí a la cama. Repasé para el oral y aún sin tener nada de sueño, me puse a pensar.  Me empecé a imaginar posibles cosas que esté haciendo Carlos, el vecino. Quizás era de esos tipos que trabajan de noche, aunque era raro porque nos dijo que trabajaba de médico en el Austral. No imposible que trabaje de noche. Tal vez, algún familiar se enfermó y tuvo que salir corriendo para ayudarlo. No, él nos dijo que su familia vivía a media hora de acá, aparte no la despertó a su esposa. ¿Por qué fue tan silencioso? ¿Estará ocultando algo? ¿Y si es un ladrón que roba a la noche y de día es un médico exitoso? El ruido del motor de un auto interrumpió mis pensamientos. Escondida atrás de la cortina, me asomé y lo vi, ninguna bolsa negra con dinero, ni ropa negra. Ni ningún familiar que necesitara ayuda. Cerró la puerta y abrió el baúl para dejar el bolsito. Ahora estaba de traje y corbata. Me sentí una tonta al haberme hecho toda la idea de que podía ser un ladrón, y me fui a dormir. Al día siguiente, Carlos que acababa de volver del trabajo con su delantal de médico, saludó a Mónica que lo esperaba en la entrada y al cabo de unos veinte minutos, con un traje similar al de la noche anterior, salió de nuevo. Agarré los rollers, me puse la campera y decidí seguirlo. Total estaba aburrida. En ese momento odié vivir en este barrio tan grande. Dio tantas vueltas que ni yo sabía por dónde iba. Y, pensando que estaba llegando a la guardia frené un ratito. Cuando decidí volver a mi casa por un camino un poco más corto, veo que su auto, que tenía una patente fácil de reconocer, estaba estacionado en una casita. Frené para comprobar que sea ese el auto y los vi. Una mujer que vestía un vestido formal, lo besaba apasionadamente. Atónita, empecé a patinar para volver a casa, con miedo a que me descubrieran. Cuando di la vuelta en una esquina vi que se estaban subiendo al auto de Carlos. Parecía una salida arreglada o algo por el estilo. Patiné lo más rápido que pude, me saqué los rollers y la campera y subí como una loca a mi cuarto. ¿Carlos con otra mujer? ¡Pero si parecían tan felices con Mónica! No sabía qué hacer. Por un lado tenía ganas de ir y contarle todo a ella, pero por el otro no los conocía. No tenía nada que ver con ellos. Decidí mantener el secreto. Me paré, cambié la canción, tiré el papel del alfajor, y regresé a mi casa. Subí a mi cuarto y me puse a ver por la ventana. La misma rutina de siempre, aquel hombre yéndose a escondidas de su mujer y ella confiando ciegamente en él. 

4 de septiembre de 2010

Café

-¿En qué pensas? ¿Por qué estas  tan callada? ¿Te pasa algo? ¿Estás enojada conmigo? ¿Por qué no me hablas? ¿Qué te hice? Eeu hablame.


-Perdón, estaba distraída. Estaba pensando en el momento que nos conocimos. ¿Te acordas? En ese café de Belgrano, no me acuerdo el nombre ahora. Me acuerdo que yo estaba leyendo en una de las mesas que daban al hogar, y de repente escucho que la puerta se abre y entras vos todo mojado, y fuiste directo al fuego a sacarte el piloto para que se te seque. Y cuando me estaba por ir, empezó a llover tanto que era imposible salir con esa lluvia y ese frío. Volví a mi mesa, pero ya estaba ocupada, entonces fui a una de las que estaban contra la calle a ver pasar los autos y la lluvia. En eso veo que me estabas mirando. Bajé la mirada y miré la tapa del libro que tenía en mis manos, Un lugar llamado aquí. Lo abrí y retomé en el capítulo nueve, donde me había quedado. Sandy Shortt había desaparecido y estaba caminando sóla, cuando se encuentra con Bernard, Helena, Joan, Derek y Marcus. Cinco estudiantes que desaparecieron durante una acampada que organizó el colegio en los años sesenta y nunca los encontraron. Pero aquí estaban ahora, mayores, más sensatos y con la inocencia perdida. Y yo los había encontrado...Ni siquiera le estaba prestando tanta atención a lo que leía, porque sentía que me estabas clavando la mirada, y me intimidaba. Por eso decidí no levantar la vista y continuar con mi lectura. Capítulo 10. Cuando tenía catorce años, mis padres me convencieron para que fuera a una terapeuta cada lunes después de clase. No tuvieron que insistir mucho. En cuanto me dijeron que podía hacerle cuantas preguntas quisiera...Aaj, esa sensación. Definitivamente alguien me estaba mirando, no podía seguir leyendo como si nada pasara. Levanté la mirada y te vi, no tenías vergüenza, no me dejabas de mirar. Sentía que tenía algo, el pelo todo despeinado o algo. No sabía por qué mirabas tanto. Entonces me paré y me dirigí a tu mesa. Apoyé el libro y sin ningún miedo te pregunté qué era lo que tanto me mirabas. Y tu respuesta: sinceramente no sé” me llamó la atención. Ahí fue cuando me enojé. ¡Qué respuesta sin sentido! Que tonta me sentí. Me di vuelta, volví a mi mesa y me puse a leer de nuevo. ...y que esa persona estaba cualificada para responderme, casi no hizo falta que me llevaran a la escuela... La lluvia iba parando. Me quería ir de ahí. En eso, levanto la vista y te veo parado justo al frente mío y me decís: “creo que no empezamos bien, me llamo Santiago”.