Lunes 13: Miré el reloj: ¡las diez
y media de la noche ya! Y yo creyendo que era hora de almorzar. Pasé mi día
franco durmiendo. Tengo hambre. Busqué en la heladera una cerveza y algo para
hacerme un tostado. Pero sonó el teléfono.
-¿Hola?-. Contesté.
-Cortés soy Martín Comas, de la comisaría.
-Ah, ¿qué pasó?-. Pregunté con desgano.
-Encontraron a una piba muerta, vení a Avenida de Mayo y Tacuarí.
-Ya voy.
Me cambié rápidamente, agarré mi placa y mi pistola y salí con el pan
sin tostar en la mano, peor es nada. ¡Qué
inoportuno, en mi día franco tenían que matar!
Llegué al lugar y vi que ya estaban todos mis compañeros. Las patrullas
rodeaban la zona. Me dirigí al enorme contenedor de residuos de la cuadra,
donde estaba el forense y dos de los agentes. El cuerpo de una joven mujer con
sus jeans y su camisa cuadrillé yacían revueltos con la basura. La palidez
extrema del rostro contrastaba con el brillo de los rizos rubios,
entremezclados con los diferentes desechos. Fue identificada como Noel Vázquez,
de veinte años. Aparentemente tenía la billetera en el bolsillo del pantalón,
no había sido un robo.
La llevaron al laboratorio del forense. Y mientras tanto, me dirigí con Comas,
mi mano derecha, a contactar al padre. Luís Vázquez llegó con urgencia a la
comisaría con el delantal del Café Tortoni todavía puesto, (detesto tener que ser el portador de noticias espantosas, a pesar de
que sea parte de mi trabajo).
Sorprendido y devastado por mis palabras, aquél hombre de unos sesenta y
cinco años apenas podía responder las preguntas de rutina. Nos dijo que Noel
solía cantar en el Café Tortoni casi todas las noches, y se largó a llorar,
desconsolado. Salió de la comisaría escoltado por Comas, que no dudó en acompañarlo
al ascensor.
A la media hora llegó el análisis de la víctima. Había muerto dos días
atrás, intoxicada con raticida. Me serví una taza de café y fui a la pizarra a
organizar los hechos. Sabíamos únicamente que tenía veinte años y que cantaba
en el mismo lugar donde trabajaba su papá, de su mamá no había rastros.
Eran ya las dos y media de la mañana cuando decidí volver a mi
departamento a dormir.
Martes 14: Sonó el despertador y me levanté de un sobresalto. El pensar
que una joven había sido envenenada y arrojada a la basura y que yo sólo sabía
que padre e hija trabajaban en el Café Tortoni me parecía poco. Era indispensable
juntar indicios. Me afeité como pude, inclusive llegué a cortarme un poco la
barbilla y salí directo al Café. Comas me esperaba allí.
Comenzamos interrogando a un par de mozos. Primero fue Claudia, una
treintañera bastante simpática, a pesar de la situación. No aportó mucho: por
su turno de trabajo, pocas veces coincidían con Noel. Comentó, aunque en vano,
que compartieron algún almuerzo en el local.
Luego llegó Don Roberto que, como encargado de la caja, sí estaba casi
todas las noches. Nos contó que no sólo la vio crecer, sino que también era
como un tío para ella. Por él nos enteramos que dos noches atrás Noel se notaba
afligida y reservada. Esa misma noche le tocaba cantar acompañada de Germán, el
pianista.
Cerca de las diez de la mañana, cuando el café empieza a poblarse de
turistas y el público habitual, y las calles de Buenos Aires empiezan a
parecerse a un hormiguero gigante, llegó Adriana. Una joven de veintiún años,
castaña de ojos claros y la cara congestionada por el llanto que seguramente
padeció. Era la mejor amiga de Noel, se conocían desde los diecisiete cuando
Adriana se puso a trabajar. Estuvo toda la noche acompañando al desconsolado
Luís. La pérdida de su hija le significaba el fin de su familia, su mujer los
había abandonado cuando Noel tenía apenas tres años, por ello es que siempre
fueron inseparables padre e hija. La llevaba consigo a trabajar, donde la
pequeña se entretenía recorriendo el lugar y pidiendo chocolate con churros al
cocinero. Tocaba el antiguo piano, se escondía en los rincones del Salón
Alfonsina, jugaba en el Salón Billares, siempre tenía algo para hacer.
Adriana comentó que Noel hacía ya una semana estaba preocupada pero no
le contó por qué. Le dijo que tenía “asuntos pendientes” y que en cuanto los
resolviera le contaría toda la verdad. Subrayé
“toda la verdad”, ¿a qué se habrá referido Noel con eso? El caso
empezó a cobrar sentido.
Después interrogamos a los hermanos Mariano y Tomás quienes trabajaban
en la cocina. Mariano era el chef y Tomás el pastelero. Ambos conocían a Noel;
Tomás inclusive había tenido una relación con ella, que no llegó a mayores.
Mariano más comunicativo, aportó que hacía cinco días creyó ver a Noel entre
las sombras de la vereda, recibir y guardar algo de manos de un hombre canoso,
aparentemente mayor, pero a quien sólo pudo ver de espaldas.
-Se alejaba rápidamente, por lo que supuse que estaría nerviosa y
apurada.- dijo Mariano.
-Está bien. ¿Sabés si alguien más los vio?
-Mira, era miércoles a la noche se queda hasta tarde Patricio,
preguntale a él. Quizá los vio porque suele salir a fumar...
Esa noche el Café permanecería cerrado por duelo. Con suficientes datos
recogidos, nos dirigimos con Martín a la comisaría, nuevamente a completar la
pizarra de hechos.
Sabíamos que:
-El lunes 6 Adriana
la notó preocupada. ¿POR QUÉ?
-El miércoles 8
Mariano la vio recibir algo de alguien. ¿QUÉ?
¿DE QUIÉN?
-El sábado 11 la envenenaron con
raticida y la arrojaron al contenedor. ¿DÓNDE
FUE EL CRÍMEN?
Después de un día agotador, de tantas interrogaciones y preguntas sin
respuesta me volví a mi casa. Una ducha me despejaría la cabeza y una cerveza
me ayudaría a dormir. Prendí la televisión y lo primero que apareció en
pantalla fue “el crimen de la chica del contenedor de basura”. Qué injusto me
pareció. Todavía no puedo creer la insensibilidad de la gente al redactar las
noticias. ¡¿La chica del contenedor de
basura?! ¿Qué acaso somos todos objetos ahora? Ese cuerpo inerte hace pocos
días había estado latente, cálido, y lleno de vida que embellecía las noches
con sus recitales en el Café.
A pesar de que es mi trabajo como detective, ayudar a la justicia por
los delitos, y tratar de descifrar el enigma de hechos que no son claros, me
angustia y me genera más impotencia de la deseada.
Me preparé un omelette de jamón y queso mientras veía Animal Planet. Terminé
la cerveza, lavé los platos acumulados del fin de semana y decidí que era más
práctico ponerme a leer Un lugar llamado aquí. Empecé a quedarme
dormido, puse el señalador y decidí prepararme para la jornada siguiente.
Largos días me esperaban.
Miércoles 14: Pablo estuvo con insomnio toda la noche. Recién consiguió
dormirse una hora antes de que sonara el despertador. Las posibilidades de
llegar a descifrar el misterio de la muerte de Noel eran, por momentos escasas,
y no contaba con elementos necesarios para enlazar los hechos. Saber que el
asesino andaba suelto le generaba malestar. Las imágenes de su hermana, treinta
y dos años atrás, se mezclaban con las presentes. Laura tenía dieciocho y
Pablo, diez años más chiquito, fue testigo de la escena escalofriante de
comprobar que su hermana estaba muerta y bañada en sangre. El dolor propio y el
que vio reflejado en sus padres desesperados ante semejante atrocidad, le hizo
decidir a pesar de su corta edad que “cuando sea grande voy a ser policía para
que no pasen más cosas malas”.
Pablo Cortés, si bien no fue policía, se especializó en la investigación
de delitos graves con tanta pasión que fue postergando sus proyectos
personales.
Levantó el teléfono y llamó a Comas:
-Martín, decime que tenés algo del caso. ¡Me está volviendo loco!-. Le
dijo impaciente.
-Te estaba por llamar, encontré raticida en la Bodega del Café, junto
con otras cosas de limpieza-. Contestó Comas.
-¡Ya voy para allá! ¿Estás en el Café vos?
-Sí, venite rápido.
-Ok.
Se puso lo primero que encontró, agarró la placa y la pistola y salió
corriendo. Cuando llegó al Tortoni, estaban algunos empleados terminando de
ordenar el Salón Principal y había algún otro en el de los Billares. Encontró a
Martín en la Bodega y el especialista de la policía científica que estaba
tomando las huellas del envase.
Aprovechó que era miércoles, día en el que se encontraba Patricio. Estaba
en la cocina. Cuando lo encontró le explicó la situación y prosiguió
preguntándole del miércoles de la semana anterior:
-Me dijo Mariano que vos el miércoles pasado estabas fumando cuando Noel
estaba afuera.
-Sí, la vi. Estaba con Don Roberto.
-¿Don Roberto? ¿Estás seguro?
-Sí, estaban al otro lado de la calle. No sé qué le dio, tampoco me
importó. Yo no era muy amigo de Noel.
-Bueno, gracias.
Salió de la cocina rápidamente, y se encontró con Don Roberto yéndose
del Café, apurado. Sin dudarlo, lo siguió hasta alcanzarlo. El anciano no podía
ir muy rápido. Lo tomó por la espalda.
-¿Ey qué hace?-. Contestó sorprendido Don Roberto.
-Don Roberto va a ser necesario que venga conmigo a la comisaria.
-¿Por qué? ¿Se volvió loco usted?
-Le digo que me acompañe. No arme escándalo y no me obligue a usar la
fuerza-. Dijo y, con disimulo, se corrió el saco y mostró la culata de una
cuarenta y cinco.
-Me parece que usted se volvió loco. Usted me confunde.
-Deje de hablar y acompáñeme por las buenas.
Lo llevó a la comisaria, dejándolo sólo en el interrogatorio. Sólo había
una mesa y una silla.
-¡Usted está equivocado! Quiero hablar con algún abogado. Esto es un
atropello.
-Qué atropello ni atropello, primero tiene que responder unas
preguntas-. Cortés le contestó rápidamente.
-Pregunte nomás, aunque esté equivocado.
-El miércoles pasado, Noel se encontró con usted en la vereda.
-Sí, ¿y qué? ¿Es un delito eso?
-Acá el que pregunta soy yo y no se haga el vivo. ¿Qué hablaron?
-Nada en especial no me acuerdo, yo la conozco de toda la vida.
-¿Usted le entregó algo?
El anciano duda y luego responde:
-Sí, le di algo.
-Vamos hágamela fácil, deje de jugar a las escondidas y dígame que le
dio o se va a pasar toda la noche acá.
-Le di un dinero, ¿tiene algo de malo acaso?- titubeó. Don Roberto
transpiraba y tenía un ligero temblor en las manos y en la voz.
El policía se dio cuenta y lo siguió acosando.
- ¿Y para qué le dio la plata entonces?
-Yo sólo le di el dinero para que ella pueda comenzar a estudiar canto.
-Lo escucho…
-Noel no quería pedirle plata al
padre porque sabía que para él era imposible, bastante hace el hombre para
mantenerlos y pagar el alquiler. Toda la vida se dedicó a ella. Yo a Noel la
quería un montón-. Se quiebra en llantos.
-¿Y usted tenia plata suficiente?
-No, en realidad la tomé prestada de la caja del Café, pero pensando
devolverla-. Aclaró.
-Bueno dígame, ¿qué hizo el sábado a la noche después de que Noel
cantara?
-Me fui a mi casa porque no tenía nada que hacer en la caja.
-¿Alguien puede confirmar lo que está diciendo?
-Sí, mi mujer.
-Bueno, Don Roberto por el momento vuelva a su casa pero esté atento por
si necesitamos alguna ayuda.
--
Sonó mi teléfono. Era el de la policía científica.
-Detective Cortés, ya tenemos los resultados de las huellas, le pedimos
por favor que mañana a primera hora se de una vuelta por acá, hay muchas manos.
Seguiremos inspeccionándolo.
A las veinte horas decidí ir al Tortoni a escuchar música y tantear el
ambiente nocturno.
Me vestí de acorde a la ocasión y salí de casa. Al llegar, las luces
prendidas, la fachada elegante y la carga de nostalgia e historia del viejo
café me conmovieron. Por un momento me olvidé del motivo por el que estaba ahí
y al entrar me pareció transportarme a un Buenos Aires de más de cien años
atrás.
Sus majestuosas columnas, las mesitas de mármol blanco, la boiserie,
los espejos, las lámparas, las fotos de nuestros poetas urbanos, y el clima de
época, en fin…todo. Todo un mundo encerrado en un café. Hasta me vino a la
cabeza el tango de Eladia Blázquez “Viejo
Tortoni” que se lo oí silbar a mi abuelo varias veces cuando trabajaba en
la carpintería.
Pero ese no era el motivo de mi presencia, a pesar de que no estaba
vestido de detective. Baje a la Bodega, y me ubiqué en una de las mesas de la
izquierda. Una pizarra anunciaba “Esta
Noche Jazz,Germán Kleinschuster; piano solo”.
Paulatinamente se fue llenando la pequeña e improvisada platea. Sobre el
escenario donde estaba ubicado el piano, apareció un joven de unos veinticinco
o veintiocho años, castaño, alto, delgado, con una mirada penetrante y una
sonrisa teatral. Se presentó e hizo alusión a “la desaparición de mi compañera
artística, Noel Vázquez, quien no dudo estará acompañada por los grandes
talentos que hicieron del Tortoni un lugar especial en Buenos Aires”.
Aunque no soy músico, tocaba técnicamente bien, su interpretación me
pareció vacía, no decía nada. A pesar de lo cual se ganó el aplauso del público
. Después de la función, me dirigí a felicitarlo. No como detective, sino como
un simple hombre que va a un simple café a escuchar música. Le di mis condolencias
por Noel, a quien había mencionado antes y le pregunté más sobre el dúo que
formaban. A lo que respondió que “era una excelente cantante y nos llevábamos
muy bien”. Me contó que su familia estaba en muy buena posición económica, pero
que nunca lo apoyaron en su pasión por la música a tal punto que decidió
alejarse de ellos.
Yo le aclaré que era el detective que estaba a cargo del caso de Noel, a
lo que me dijo que él no sabía bien qué pasó, pero que no perdiera de vista a Patricio. Conversamos unos minutos más y luego
volví a mi casa.
Jueves 15: Me levanté esperanzado porque obtendríamos las huellas del
raticida. Sin perder tiempo salí al departamento de la policía científica, y
tomé un café en el camino. Cuando llegué, me entregaron los resultados y los
abrí impaciente. Habían registrado huellas de casi todo el personal de
limpieza, también de Claudia, Germán, Adriana y Patricio. Este último me llamó
la atención. ¿Y si Germán tenía razón y había sido Patricio? Pero no veía
ningún móvil en Patricio para matar. ¡Quizá cuando terminaron la función del
sábado, esperó a que no quedara nadie y la envenenó mientras tomaban unas copas
de vino! ¡O cuando Noel salía del Café la sorprendió a la salida y se la llevó
a la Bodega donde la mató! Tantas posibilidades… Quizá la envenenó antes de la
función y a la salida la tiro al container, pero ¿por qué?
Tenía que buscar cuanto antes a ese hombre. Salí disparado al Café, y
cuando lo encontré, mis insultos lo dejaron atónito. De todo lo que le dije, lo
único que comprendió fue que lo llevaría al interrogatorio por el crimen de
Noel Vázquez. Me extrañó que asintiera tan fácil.
Fui al grano:
-¿Por qué hay huellas tuyas en el raticida?
-Porque solemos poner el veneno para ratas porque es una lucha
permanente en el Café-. Contestó sin vacilar.
Verdad, pensé.
-Me llegó de otra fuente que te llevabas mal con Noel.
-Ah, eso no es novedad. En realidad no me llevaba ni bien ni mal.
Verdad de nuevo, me
lo dijo la primera vez que lo interrogué.
-Estas demasiado tranquilo, no me estas entendiendo. Estás acá porque
estas siendo acusado del asesinato de una persona.
-No tengo por qué estar nervioso, sé perfectamente lo que hice y lo que
no hice.
Es inteligente,
seguro planeó todo.
-El padre de Noel tiene un cargo más importante que el tuyo, ¿no es cierto?
-Sí.
-Entonces tenes envidia de que esté en un cargo mucho más importante que
el tuyo.
-No al contrario, es un hombre
que tiene más experiencia que yo. Y está bien como está. Y no porque no me
lleve bien con la hija tendría que tener un problema con Luis. Siempre lo vi
como un superior, además es un buen tipo. Muy buen tipo. Pregúntele a Adriana
si no me cree.
Este interrogatorio no tenía sentido. Ya me estaba perdiendo entre mis
propias conclusiones. Decidí terminarla y llamar a Adriana para que se acerque
a la comisaría. Había cabos sueltos.
Llegó después de media hora, nerviosa.
-Adriana, ¿hay alguna posibilidad de que Patricio haya matado a Noel por
celos del puesto que ocupa Luis en el Tortoni?
-¡De ninguna manera!-. Gritó perpleja.- ¿Ustedes los policías están
todos locos? ¿A quién se le cruza eso por la cabeza? ¡Mente retorcida tienen!
-Tranquilizate, me llegó de parte del pianista que Patricio podría ser
sospechoso.
-¡Y le creyó a él! Si Germán es quién discutía después de todas las
funciones con Noel, no puedo creerlo. Ahora todos somos sospechosos de haber
matado a una amiga, a un familiar-. Dijo sollozando.
-¿Cómo que Germán se llevaba mal con Noel? Me dijo que se llevaban muy
bien.
-Bueno, miente. Bien en el escenario, nada más .Aparte, hace varias
semanas, Noel me había comentado que había encontrado a Germán vendiendo drogas
en el Café en el intervalo de las funciones. Pero me dijo que no diga nada, que
ya iba a hacer algo al respecto.
--
Pablo Cortés llamó a Martín Comas explicándole la situación. Martín se
encontraba en el Tortoni interrogando a empleados cuyas huellas digitales se
encontraban en el raticida. Quedaron que se reunirían a las cinco de la tarde
en la comisaría para completar la pizarra con los hechos.
-El asesino no utilizó ningún arma ni cuchillo, por lo que sería alguien
que no tenía las agallas para hacerlo de forma violenta.
-Sabían que el hombre que le dio el sobre con dinero era Don Roberto,
pero fue para pagarle los estudios.
-Posiblemente la habían envenenado en la Bodega. Y desde ese momento
hasta que se produjo la muerte, Noel tuvo tiempo de moverse hasta la calle.
-Debía tener una razón, sabía que la mataría. Estaba previsto. ¿MOTIVO?
Cortés terminó de escribir en la pizarra cuando se dio cuenta que tenía
que regresar esa noche al Tortoni. Comas iría con él.
Nuevamente se vistió acorde a la situación y Comas lo pasó a buscar. Se
sentaron en la misma mesa. Escuchó con atención al pianista, y observó cada uno
de sus gestos.
En la pizarra aparecía “Germán
Kleinschuster, gran pianista y compositor”. Era su segunda función solo. Parecía que el miedo con el que tocó
el día anterior había desaparecido. Se lo notaba diferente, relajado. La música
esta vez era más dinámica. Tenía cierta pasión y cobardía, timidez y
extroversión en una misma pieza. Como si contara diferentes historias.
-Qué lástima que después de esta función lo llevamos al interrogatorio-.
Bromeó Comas.
Finalizado el espectáculo, Cortés volvió a saludar al pianista, pero
esta vez con su placa en la mano.
-Será mejor que vengas a darnos un par de explicaciones-. Dijo el
detective ante la sorpresa del joven.
Comas lo esposó y se lo llevaron a la comisaría. Germán parecía
tranquilo.
-¿Es verdad que solías vender drogas en el Tortoni en el Café?
-No sé a qué se refiere.
-Creo que sabes perfectamente lo que estoy diciendo.
-No hay nada que lo pruebe.
-¿Me lo estas confesando?
-Le estoy diciendo que no hay nada que lo pruebe.
-Encontramos a un cliente, el señor Álvarez, confesó que vos le vendiste
hace un par de meses.
-¿Y eso qué tiene que ver con el caso?
-Supongamos que, Noel te vio vendiendo droga.
-¿Y?-. Le contestó el chico.
-Y que, hipotéticamente hablando, amenazó con contarle al dueño para que
te echen, ¿No?
Germán permanece callado.
-Entonces vos te cansas y un día decidís que después de una función la
invitarías un trago en el mismo Café para festejar. Le colocarías suficiente
veneno como para que se sienta mal, pero todavía con vida. Simulando amabilidad
la acompañarías a la vereda donde a los pocos metros caería fulminada. El
contenedor de la esquina fue un lugar apropiado para deshacerte de ella.
-¿Por qué haría eso?
-Primero por envidia. Ella tenía todo lo que vos querías: una familia
que la apoyaba en la música, talento y encanto. Además, cuando hacían un dúo toda
la atención era para, siendo tan carismática y habilidosa con la voz. Vos eras
el fantasma, nadie te tenía en cuenta. Todos tenían ojos para la hermosa
cantante.
La expresión de Germán se oscurece. Sus mandíbulas tensas apenas dejan
escupir lo que dice.
-No entendes lo que es. Me separé de mi familia porque nadie tenía en
cuenta que mi sueño era ser un músico. Nadie apreciaba mi pasión por la música,
por el piano. Encuentro un lugar, pensando que me harían espacio en aquella
familia. Pero todos centrados en Noel, la hija del mozo, que conquistaba a
todos con sus rasgos tan simples y simpáticos. Haber tocado tantos años y que
nadie te tenga en consideración. Empecé a necesitar dinero para el alquiler de
mi departamento, no le iba a pedir a mis padres porque me reprocharían que
hubiera desperdiciado varios años de mi vida por la música. Así que empecé a
vender drogas para pagarme el alquiler.- se notaba desesperado-. Pero claro, la
señorita perfecta también tenía que arruinar mi plan, y me encontró vendiendo
merca entre los clientes.
-Así que yo tenía razón-. Comentó Cortés con aire triunfal.
-No completamente. Noel no era un ángel inocente. Aunque para todo el
mundo ella era un encanto, aprovechó mi situación y me amenazó con contarle al dueño del café sobre la droga, si no
le daba todos los meses una cantidad de dinero superior a lo que yo ganaba. Me
estaba dejando sin nada. Ahí comenzaron nuestras discusiones muchas veces
frente a los empleados del Tortoni, a pesar que no sabían de qué se trataba. No
soportaba más semejante presión, y esto empeoró cuando me di cuenta que, Don
Roberto, engañado, se arriesgaba a sacar dinero de la caja a cuentas para que
Noel pagara sus estudios.
Intente sobre cargar el precio de la droga e inclusive adulterarla un
poco así me quedaba con unas diferencias mayores. Pero Noel me descubrió y me
dijo que “el silencio tenía su precio”; si no quería que mi proveedor se
enterara que además estaba ganando más de lo que le rendía. Estaba harto, y decidí
silenciar a Noel de una vez por todas.
Tomadas las declaraciones, confesiones y demás cuestiones, lo que
inicialmente parecía un crimen pasional terminó resultando uno de tantos casos
estúpidos que acabó con la vida de dos jóvenes. Una muerte, inútil e
innecesaria; y una carrera truncada por las malas decisiones. Nada tenía
sentido, la víctima también fue victimario. Probablemente, Germán quiso hacer
un último solo, donde él fuera su único protagonista y el autor trágico de un final
amargo, de un café cortado.
-Agustina Del Moro